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Mariquita Sánchez de Thompson

(1786-1868)
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Biografía: María (Mariquita) Sánchez

María Josefa Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velazco, mejor conocida como Mariquita Sánchez, nació en Buenos Aires el 1 de noviembre de 1786, en una familia de alta alcurnia burguesa. Su madre, Magdalena Trillo y Cárdenas pertenecía a una bien conocida familia porteña y su padre, Cecilio Sánchez Ximénez de Velazco, era un rico comerciante español que ejerció algunos cargos políticos. Aunque la vida de Mariquita ha sido recordada y novelada hasta alcanzar una dimensión mítica en la historia argentina, pocos detalles se conocían de su quehacer hasta recientemente. En este sentido, debemos agradecer las biografías de María Sáenz Quesada y de Graciela Batticuore por sus esfuerzos en la reconstrucción fidedigna de los hechos que marcaron su historia.

A pesar de que en la época colonial las niñas no recibían una educación formal, se sabe que Mariquita “aprendió a leer en casa, junto a su padre. Y que llegó a tener una instrucción refinada que superaba lo que era habitual para las mujeres de la época” (Batticuore 29). Esa distinción no impidió que ella misma detallara y criticara la escasa educación que se impartía a las niñas en Recuerdos del Buenos Aires virreinal, texto que escribió a pedido de su amigo, Santiago Estrada, publicado por primera vez en 1953, y reeditado en 2003 por María Gabriela Mizraje en Intimidad y política. En Recuerdos, memorializa el estilo de vida porteño y describe las costumbres (industrias, alimentación, vestimenta), las prácticas religiosas y la educación, anteriores a las invasiones inglesas. El texto insiste en los progresos realizados desde aquellos años hasta el momento de la escritura y valora la liberación conseguida por la Independencia: “Tres cadenas sujetaron este gran continente a su Metrópoli: el Terror, la Ignorancia y la Religión Católica; de padres a hijos se transmitió con pavor (Intimidad, 123). A lo largo de su vida, Mariquita no dejará de luchar a favor de sus ideales libertarios y en contra de toda manifestación de carácter despótico.

Desde joven demuestra tener un espíritu independiente y no teme desafiar las costumbres locales. La anécdota siguiente lo demuestra: en 1804, le escribe al virrey Sobremonte pidiéndole la autorización para contraer matrimonio con su primo, Martín Thompson, en contra de la voluntad de sus padres. En esa carta hace valer sus derechos diciendo: “porque mi amor, mi salvación y mi reputación así lo desean y exigen ,…” (Cartas, 27). La experiencia deja su marca; Mariquita en sus escritos expresará siempre su desacuerdo con los matrimonios de conveniencia acordados por las familias, sin la aprobación de las mujeres. Esta joven, cuya vida rigen los códigos severos del régimen colonial, aprende a expandir las experiencias personales de manera a convertirlas en enseñanzas de incidencia pública.

A partir de su matrimonio con Thompson en 1805, comienza a ejercer las funciones de anfitriona de uno de los salones más notables y mejor concurridos del Río de la Plata. Ambos esposos son entusiastas partícipes en la causa independentista y su casa es un centro de reunión para quienes planean la destitución del virrey y la formación de un gobierno republicano. Las tertulias en su salón, que mantiene a lo largo de su vida, ocupan a la anfitriona y le ofrecen la posibilidad de intervenir en discusiones de carácter público y cuya resonancia llega hasta los centros del poder. La tradición histórica le atribuye haber sido la sede en la que se cantara por primera vez el himno nacional. Batticuore explica que existen al respecto diversas versiones que ponen en duda la noción popular. Sea como fuese, ese relato tradicional ha quedado fijado en la memoria colectiva de la nación. Un cuadro pintado en 1910, por Pedro Subercaseaux y que ha sido reproducido ampliamente, refuerza la leyenda. Representa el episodio en el salón de Mariquita y ubica a la anfitriona cantando el himno en el centro de la escena. Ocupar ese lugar central en un acto público que simbólicamente funda a la nación argentina le otorga un papel protagónico, único en la historia nacional del siglo XIX.

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A la muerte de Martín Thompson, contrae matrimonio en 1820 con Jean Baptiste Washington Mendeville, comerciante francés, radicado en Buenos Aires y que será el cónsul de su país en la ciudad entre 1828 y 1831. El salón de Mariquita recibe ahora a los delegados de gobiernos extranjeros y a los integrantes de la Generación del 37 con quienes mantendrá relaciones a lo largo de su vida. En 1835, Mendeville será trasladado a un nuevo destino y, si bien la relación matrimonial se mantiene, Mariquita y él, no vuelven a vivir juntos.

Dadas las relaciones que cultiva a través de los años con importantes figuras públicas, no llama la atención que esta dama haya recurrido a la escritura –a la correspondencia, sobre todo—para informar a sus amistades de los acontecimientos de su vida y mantenerse al día de los sucesos que por su lejanía no podía atestiguar de manera directa. Prolongación del arte de la conversación practicado en el salón, las cartas no tienen intención literaria y responden a necesidades y preocupaciones cotidianas. A pesar de esto, se prestan a circular de mano en mano y a ser leídas en voz alta, frente a un grupo, lo que les otorga una circulación cuidadosamente controlada. No hay que olvidar que buen número de las cartas conservadas pertenecen a los años de un exilio voluntario; a partir de 1835, pasará largos periodos en Montevideo, donde reorganiza su salón y recibe a los emigrados argentinos que buscan refugio de la política de Juan Manuel de Rosas.

Las cartas, de carácter amistoso, no están carentes de estrategias. Dirigidas a familiares y a amigos políticos, cambian de tema y tono según el interlocutor. “Las penurias económicas, las lamentaciones de abuela y de madre que no ve a los suyos, la administración de los bienes dejados en Buenos Aires y los comentarios sobre los acontecimientos políticos son los temas que la preocupan. Esa diversidad, en un género que depende de la ‘relación’ social, favorece la representación de un sujeto complejo que muestra diferentes facetas según el interlocutor a quien se dirige” (Guiñazú, Martin 38).

La lectura de las cartas de Mariquita informa sobre el modo de vida de la burguesía en el siglo XIX pero, sobre todo, muestra su interpretación personal del periodo que le tocó vivir. En las cartas que envía a su hija Florencia expresa su inconformidad ante las leyes y costumbres que sujetan a las mujeres a un régimen de vida autoritario que supedita sus funciones al orden patriarcal. Si bien no podemos hablar de ideales feministas –en la época, ni siquiera existe ese concepto—debemos reconocer que su pensamiento, muchas veces surgido de la experiencia personal, anticipa las luchas venideras. Así, por ejemplo, lamenta la imposibilidad del divorcio: “¡Qué desgracia, Florencia, y qué felices somos las dos! Quién diablos inventó el matrimonio indisoluble? No creo esto cosa de Dios. Es una barbaridad atarlo a uno a un martirio permanente” (Cartas 228). Y en otra, refiriéndose a una criada que ha tenido una relación extramatrimonial: “Mujer que tiene pasiones tiene mérito y, sea en la clase que sea, tiene corazón y es lo que yo aprecio. De las mujeres impecables, tiemblo; son perversas; pero no digas esto, hija, porque me tendrán por una bandolera” (Ibid. 230). Revindica así los derechos de las mujeres a tomar decisiones siguiendo sus propias ideas y sus sentimientos.

La educación de las mujeres también forma parte de su ideario. En carta a su hijo Juan Thompson, le cuenta sus planes de reorganizar las escuelas para niñas y escribe: “[esa labor] tan esencial, porque es preciso empezar por las mujeres si se quiere civilizar un país, y más entre nosotros, que los hombres no son bastantes y que tienen las armas en la mano para destruirse constantemente” (Ibid 38). Retoma ideas que circulan en Europa y que quiere implantar en su tierra: poner la educación en manos de las mujeres para responsabilizarlas del futuro de la nación y darles un espacio digno en el mercado laboral.

Su correspondencia política tiene por interlocutores a hombres de trayectoria política y cultural: Juan María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría, entre otros, reciben sus epístolas. En todas ellas demuestra conocer bien los manejos y negociaciones que se llevan a cabo entre los miembros de bandos opositores y en base a ello, da consejos y opiniones. Después de la caída de Rosas, y siendo partidaria de Urquiza, asume su defensa en carta a Alberdi frente a los ataques de Sarmiento y Varela: “Urquiza, el obstáculo a la grandeza y prosperidad, es preciso echarlo abajo, anularlo. Este es el objeto de estos señores. Hay voces que entran en moda. Ahora es los caudillos. Estoy aburrida de oír esta majadería. ¡Qué sería la Francia si no tuviera el caudillo Napoleón!” (350). En su correspondencia, Mariquita justifica sus pasiones, se hace partícipe de la discusión política y hace llegar sus opiniones a quienes actúan directamente sobre los hechos.

Entre los escritos de carácter político destaca el Diario que escribe entre 1839 y 1940 a Esteban Echeverría, refugiado en una estancia en las afueras de Buenos Aires. Desde Montevideo, Mariquita le comenta sobre lo que observa y escucha, manteniéndolo informado de los pormenores políticos que afectan a los emigrados. Adopta una postura crítica: lee, escucha, observa e interpreta, haciéndole notar al interlocutor lo dificultosa que es su tarea: “Es difícil escribir como historiador contemporáneo, pero más difícil aún escribir aquí que es imposible descubrir la verdad. Así mi diario no asegura como tal sino pocas cosas que puede garantizarlas pero lo demás, el tiempo lo caracterizará” (410). Este Diario, que había sido integrado a la edición de Cartas realizada por Clara Vilaseca y que es de acceso difícil, ha sido incluido en la edición de María Gabriela Mizraje.

En 1852, a su regreso a Buenos Aires del exilio en Montevideo, se ocupa de la reorganización de la Casa de Expósitos, Hospital y Escuelas que estaban a cargo de la Sociedad de Beneficencia de la que había sido miembro desde su fundación en 1823. Había estado a cargo de su dirección durante 1830-1832 y volvería estarlo más tarde, entre 1866 y 1867. Ese cargo le permitirá influir en la educación de las niñas que había sido una de sus grandes preocupaciones.

Los últimos años de su vida están marcados por serias penurias económicas. A pesar de ello, mantiene su salón y, junto a él, el respeto y consideración de una sociedad que la admira. Muere en Buenos Aires el 23 de octubre de 1868.

María Cristina Guiñazú
Lehman College, CUNY

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Alias:María de Todos los Santos Sánchez, María Sánchez, Mariquita Sánchez, Mariquita Sánchez de Thompson y Mendeville, María de Todos los Santos Sánchez de Thompson y Mendeville, María de los Santos Sánchez, Mme. Mendeville, María de Todos los Santos Sánchez de Velazco y Trillo, María de Todos los Santos Sánchez de Velazco.

Obras de la Escritora: originales y editadas

(Obras en orden cronológico)

(1952). Ed. Clara Vilaseca. Cartas de Mariquita Sánchez. Buenos Aires: Peuser.

(1953). Ed. Agustín Liniers de Estrada. Recuerdos del Buenos Aires Virreynal. Buenos Aires: ENE Editorial.

(2010). Ed. María G. Mizraje. Intimidad y política: diario, cartas y recuerdos. Buenos Aires: A. Hidalgo.

Obras críticas y material de referencia

(libros, capítulos en libros, artículos, enciclopedias, tesis y disertaciones, multimedia, y recursos en la Internet)

Aguirre, Gisela, et al. Mariquita Sánchez de Thompson. Grandes protagonistas de la historia Argentina. Buenos Aires: Planeta Argentina, 2000.

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Arambel-Guiñazú, Cristina María y Claire Emilie Martin. “La correspondencia. Mariquita Sánchez.” Las mujeres toman la palabra. Escritura femenina del siglo XIX. Tomo1. Madrid: Iberoamericano, 2001. 38- 44.

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Batticuore, Graciela. “De la conversación a la escritura. Sobre cómo ser o devenir autora. Mariquita Sánchez.” La mujer romántica. Lectoras, autoras y escritoras en la Argentina: 1830 – 1870. Buenos Aires: Edhasa, 2005. 175 – 221.

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