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Publicado originalmente el 28/02/2022

María S. Martín Barranco
Especialista en Igualdad
EVEFem

J C Friebe, de ascendencia alemana por línea paterna, nos cuenta en «Poemas a quemarropa» el horror de la Segunda Guerra Mundial y en este poema Ein deutsches requiem, cuyo título parafrasea la obra de Brahms, muestra a través del horror de las violaciones masivas posteriores al armisticio la consecuencia añadida que todos los conflictos armados tienen sobre las mujeres. Más allá de los peligros comunes, nuestros cuerpos usados como arma de guerra. El espanto de la crueldad sin límites, objetos en manos de vencedores convertidos ahora en verdugos. No importa el bando en la contienda, las mujeres estaremos siempre en el derrotado.

EIN DEUTSCHES REQUIEM (*)

Dicen que fuimos dos millones. Pero yo no sé cuántas fuimos,

                                                                                                          sino tantas.

Yo sólo sé que pagamos por todos los vivos, por todos los muertos y por todos los

pecados con creces

y que por todas las culpas de los que antes o después nacieron también pagamos.

Yo sólo sé que nos cogían como en volandas, como en racimos, como a puñados,

que se repartieron nuestros cuerpos como baratijas de un macabro botín que todos

desprecian pero en el que nadie renuncia a tomar su parte.

Yo sólo sé que fuimos la carroña que las alimañas se disputan entre gruñidos cuando

su presa aún vive,

y agoniza.

Yo sólo sé lo que sé, y lo que sé ya es bastante:

que teníamos quince, treinta, hasta setenta años y ellos eran tal vez diez, quizá cien,

cómo saber si más.

Cómo saberlo.

                                   No lo recuerdo.

                                                                       Para qué recordar.

Yo sólo sé que pagamos de sobra y al contado en carne viva y ni pudimos suplicar

clemencia, ni tuvimos derecho a consuelo alguno,

ni pudimos chillar ni después decir aquel grito ahogado boca adentro que se nos hizo

nudo de hiel en el estómago, obsceno baldón, coágulo de infamia y de vergüenza.

Yo sólo sé que nos mordíamos la lengua y nuestros labios se volvieron cepos de dolor y

mordazas de ultraje,

que fuimos despojadas a jirones hasta del último retal de pudor o de alegría y aunque

lo sé,

                                   no lo recuerdo.

                                                                       Para qué recordar.

Lo que sí recuerdo es este punzón candente de odio que me atraviesa la sien hasta

alcanzarme el alma en su tuétano

cada vez que recuerdo mis doce primaveras y mi coleta como una estela de trigo

amarilla que brillaba en el bosque,

cada vez que recuerdo la muñeca de trapo que mecí contra mí y mi madre no podría

coser jamás con sus manos,

y aquel vestido que no estrené,

y cada vez que un lazo al corazón que ya ningún domingo;

y aquellas trenzas de espiga que usaron para arrastrar mi infancia al cobertizo

para arrancármela.

Lo que sí recuerdo es esto.

Recuerdo a Hannelore tragando tierra y baba mientras nos mirábamos llorando.

Recuerdo a Ilse desangrándose cubierta de semen y sus labios morados de frío como

con una escarcha densa y blanca y blanda sobres pétalos rotos de rosas moradas.

Lo que sí recuerdo es que Irmgard ya estaba de cuatro

y que las madres daban cianuro a las niñas más pequeñas hasta que sólo quedó un

jirón de blusa y matarratas.

Y nuestros llantos antorchas que se fueron, poco a poco, apagando.

Juan Carlos Friebe (Granada, España, 1968)

de Poemas a quemarropa, Editorial Point de Lunettes,

Colección Esquenocomo,  2011

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