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Publicado originalmente el 20/03/2020

Hemos
oído hablar hoy de género desde todas las perspectivas posibles:
sociales, jurídicas, biológicas, médicas, artísticas y
culturales. Está presente en los medios de comunicación cuando
hablamos de violencia de género, perspectiva de género, identidad
de género, arte de género… más que un concepto “el género”
va camino de construir toda una episteme. ¿Qué ha sucedido para que
este concepto haya pasado de significar la construcción cultural del
sexo, a ser el mayor productor de identidades sociales? ¿cómo ha
llegado el concepto de género a constituir, hoy, una categoría
imprescindible para radiografiar nuestro propio tiempo?… Sin duda,
lo primero que ha pasado es el pensamiento feminista como gran
constructor de conocimiento en torno a este concepto El pensamiento
feminista de la Segunda Ola encontró en el género la
herramienta conceptual más potente para cuestionar el orden social,
los diferentes roles y funciones que se atribuyen a cada sexo, sacó
a la luz la desigualdad en las atribuciones de funciones sociales a
los géneros, mujeres al espacio reproductivo y hombres al espacio
productivo, cuestionó la desigualdad que esta atribución de roles
produce en el espacio público y en las condiciones materiales de la
vida de cada uno. Y se reveló como una categoría de análisis
histórico, social y cultural poderosa, muy necesaria para analizar
la experiencia personal de las mujeres que había sido históricamente
olvidada. Realmente la mujer no tenía historia, nunca había sido
sujeto de la historia, hasta que apareció el concepto de género y
le permitió entrar en este glamuroso mundo no ya como protagonista
principal pero sí, al menos, como protagonista secundaria, lo
Otro,
que diría Beauvoir. La inclusión de las mujeres en la
historia a través de la categoría de género, sacó a la luz que la
relación hombre-mujer estaba atravesada por una relación de
dominación, que había naturalizado de manera desigual lo que era
una diferencia biológica puramente sexual.

La
Tercera Ola
del pensamiento feminista que nace del
post-estructuralismo, profundizará en las consecuencias del poder de
la dominación masculina, Judith Butler, la pensadora más
representativas de este momento, desestabilizará la identidades
esenciales del género: masculino o femenino, por ser binarias,
romperá la relación dialéctica de dominación inherente a ella y
abrirá la puerta a las identidades múltiples del ser genérico: lo
queer, lo trans, lo post… a partir de ahora
dejaban de ser identidades sancionadas, perseguidas, corregidas,
discriminadas o medicalizadas y debían de ser aceptadas, no como un
error de la naturaleza, sino como otras formas del ser genérico. En
La Cuarta Ola del movimiento feminista, momento en el que nos
encontramos, el concepto ha entrado en una deriva conceptual difícil
de explicar. Como señala Rosa María Rodríguez Magda en su libro La
mujer molesta
, “se ha producido un deslizamiento semántico y
lo que en un momento significó desigualdad material, ejercicio de
poder de un sexo sobre otro y discriminación hacia las mujeres, ha
perdido ese talente crítico político, para pasar a significar
aceptación de la diversidad… Lo más sorprendente de
esta última singladura, es que el concepto de género ha saltado del
pensamiento feminista y los estudios académicos, a las ciencias
bio-médicas para legitimar de nuevo el discurso de lo canónico y
normativo, es decir, de cómo intervenir sobre el cuerpo para
modificarlo según estereotipos. Así, las tecnologías del cuerpo:
quirúrgicas, endocrinológicas, biomédicas, etc… han proliferado
durante la segunda mitad del siglo XX, como nuevas formas de
episteme, que sobre la base del concepto identidad de género,
legitiman científicamente la intervención sobre el cuerpo, según
el ideal regulador existente de lo que un cuerpo humano debe ser: o
hombre o mujer. Lo que empezó siendo emancipador ha acabado por
convertirse en una trampa reactiva.

El
problema que quiero señalar y que veo crucial en este último
momento es ¿cómo hemos saltado del género cómo construcción
social que pone en evidencia las desigualdades, al género como un
problema solo de identidad e interpretación biomédica?
Sucede que en esta última versión del género convertido en un
dispositivo, a través del cuál la medicina interviene sobre los
cuerpos considerados de nuevo anómalos, transformando la diversidad
en normatividad binaria, a mi parecer, convierte en inútil la lucha
feminista por combatir los estereotipos: o masculino o femenino, y
deja intacto el núcleo central del problema de género, a saber, las
formas de dominación implícitas en esta relación. Y sucede,
también, que en este escenario progre de la transmodernidad,
los transgénicos, el transgénero, la trasnacionalidad y el
transfemismo estamos entrando en una época transhumana en la que las
tecnologías biomédicas comienzan a hacerse cuerpo a través de los
tratamientos hormonales, las dietas, los alquileres de órganos, las
siliconas, los implantes biónicos, etc… consolidando modos
específicos de mercantilización de los cuerpos.

En
este horizonte posthumano, siendo muy respetuosa con los deseos de
identidad de cadx unx y con las reivindicaciones legítimas de
diversos colectivos en el espacio social, hay que dejar claro ante
las políticas públicas y el pensamiento progre, que el
objetivo de la lucha del movimiento feminista no se puede reducir
solo a un problema de identidad y de atención a la
diversidad. El feminismo como movimiento social y político tiene una
historia de siglos de conquistas de derechos y lucha por la
emancipación y por la igualdad. Y que esta lucha es hoy necesaria se
hace visible en la violencia de género, en un reparto desigual de la
riqueza, en la discriminación salarial, menor contratación,
problemas de conciliación, techo de cristal, menor representación
en los órganos de decisión de empresas e instituciones,
desmercantilización y discriminación en los periodos de maternidad,
menor cotización, menor pensión… Por no hablar de lugares del
mundo en donde las mujeres no tienen acceso a la educación, sufren
violencia, mutilación, matrimonios forzados, feminicidios… y no
por un problema de identidad sino por el hecho de haber nacido
mujeres. Y, al fin y al cabo, creo que cualquier identidad de género,
sea trans o queer, post o ciber tendrá
problemas de contratación, sufrirá precarización laboral, tal vez
le cueste conciliar, necesitará en algún momento de su vida
cuidados, será dependiente y si performativiza en exceso su sexo
sufrirá acoso y otras formas de violencia patriarcal. El feminismo
como movimiento político y social, hoy más que nunca, ha de tener
claro que la lucha por la igualdad no se pelea sólo desde las
reivindicaciones de los deseos, la subjetividad y las identidades,
sino desde el reconocimiento de derechos, la erradicación de la
violencia y la lucha por iguales condiciones materiales de vida de
todas y cadx unx.

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