Saltear al contenido principal
icon-redes icon-esp icon-eng

Publicado originalmente el 27/03/2020

Siempre había
imaginado mis bacterias como mujeres que me acompañaban, unas malignas, otras
necesarias para sobrevivir. Tenía una cierta relación con todas ellas ( mi
tendencia al desorden y al polvo era una forma tácita de respeto a sus
derechos), pero en mi ignorancia, aparecían como un universo sin Estado pero
coherentes y permanentes en su diversidad y en su evolución. Esa era yo? ¿Cuál
era mi identidad entre ellas?

Difícilmente
podía aceptar que tanta población (millones, dicen) conviviera en mis ámbitos y
en silencio, sin hacerse notar apenas, sin ocupar mi espacio. Pero es que no es
así. Ocupan espacio, pero el suyo, no el mío. Ésta ha sido la primera evidencia
que he tenido de que hay miles de ámbitos compartiendo mi cuerpo que, por eso, mi
cuerpo no es propiamente mío.

Automáticamente,
hice lo que es mi ejercicio favorito: extrapolar. Me dije, así es la sociedad,
somos diversos y cada uno tiene su mundo y a la vez  compartimos otro mundo común.

En cuanto a los
virus, qué diría. Siempre los imaginaba, no sé por qué, como unos hombrecillos
con sombrero calado, gabardina y cuello subido; quizá con gafas oscuras…muy
enigmáticos. Eran malos, por definición. Y cuando me sentía griposa me dirigía
intensamente a ellos  ( eran multitud)
con decisión y deseándoles lo peor, interesada en que conocieran mi clara
voluntad de liquidarlos o más bien, de no ofrecerles un ámbito agradable de
asentamiento. Porque también percibía que buscaban un hogar, una casa cuna para
reproducirse.

Me dirigía
entonces a mi mente en un tono muy decidido y muy serio, sin las dudas en que
habitualmente se entretiene. : ¡Créales un ambiente imposible! Aquí no se
quedan! Que no alberguen ninguna esperanza. ¡Fuera! ¡A molestar a otro!

Pero, hete
aquí, que un buen día, como dicen los cuentos, me entero de algo inaudito: no
son seres vivos. ¿Y entonces qué? ¿cómo los abordo? ¿cómo me relaciono?

Sé que el
lenguaje con que nombras tus percepciones las condiciona y las cambia –como el
gato de Schrodinger-; por eso es importante buscar  palabras justas y tiernas para estos seres
que simplemente, existen, como yo.

Son pobres
marginados buscando mi amparo para reproducirse y sobrevivir. Y ahí se me han
empezado a romper los esquemas.

Cualquier
descubrimiento hace que cambie la óptica con que te acercas a la “realidad”,
tan rara y tan ambigua por más que la queramos ver como algo cotidiano y
sabido.

Éste hace que
contemple mi vida celular –que ya no sé si puede llamarse propiamente, mía- con
más cercanía que al que llamamos Universo y que quizá sea, simplemente, uno
más.

Ahora, cuando
me levanto por la mañana, medito en el coronavirus, con respeto, sin juzgarle porque,
qué se yo de su no vida? Qué soledad la suya, sin hogar estable,  buscando desesperadamente alguien que le
acoja.

Y he caído,
válgame Dios, en que yo soy el coronavirus de mi entorno. Siempre buscando a
los otros, siempre necesitando comunicación para sobrevivir.

Los miro, me miro
de otra manera. Como yo misma, necesitan amor, acogimiento.

Desde esta
nueva óptica, me he metido en la cama, rodeada de libros y de música, con una
jarra de agua fresca al lado y un limón lleno de vitamina C. Me he disculpado
ante ellos. Mi mente sabe que lo hago sin acritud, con respeto. Vamos a
convivir unos días cortos, ellos son  gente de paso.

Intento que
estos días sean agradables para todos nosotros. A dos o tres les he puesto
nombre: no sé relacionarme de otra forma. Espero no crear situaciones de celos
que nos perjudicarían a todos.

Cada vez que
trago un paracetamol me siento bomba atómica y lloro. Mi garganta se estremece
y sudo de dolor. Pero la vida es dura.

Estos primeros
días ellos están haciendo lo que pueden para hacerse notar.

Tranquilos. Ya
sé quienes sois. Unos más, entre los habitantes misteriosos del Universo. En
cierto modo, os quiero sin conoceros. Hagamos nuestra convivencia amable y
divertida, ¿por qué no?

Mirad: la
primavera va a entrar de un momento a otro por la ventana. Vosotros no la
conocéis. Lo siento. Os prometo que hasta que os diluyáis o paséis a otro
cuerpo, cada día de crisis os hablaré de los pájaros, de las flores, de las
gotas de lluvia que caerán y regarán mis tiestos… y sé que probablemente
huiréis de mí por esta causa pero alguno, el virus revolucionario que siempre
albergan las sociedades, deseará mutar buscando su independencia de los
cuerpos.

Cada vez que
riegue mis plantas, le buscaré emocionada en las glicinias, en las margaritas
que quieren despuntar en estos  primeros
días del buen tiempo.

Y si lo veo, le dejaré que me infecte un poco, como vacuna. Él musitará “A las barricadas” y yo tararearé “La internacional”.

Instagram
Volver arriba