Publicado originalmente el 02/03/2020
Ayer estuve viendo en una sala privada una divertida película de época que no está ya en cartelera, pero no creo que sea difícil comprarla o encontrarla en alguna plataforma. Su argumento, a cargo del director griego Yorgos Lanthimos y de los guionistas Deborah Davis y Tony McNamara, lo hemos oído mil veces, tanto en las crónicas de épocas pasadas como en ficciones de todo tipo. Monarca, desequilibrado y enfermo, al frente de una nación en guerra y al borde de una catástrofe diplomática, que deja los asuntos de estado en manos de su persona de confianza, en este caso una favorita de ambición desmedida y baja catadura moral, que debido a la falta de contrapeso legal concentra todo el poder en su manos y lo aprovecha en beneficio propio. Hago notar que el apelativo favorita, no tiene nada de casual: por un lado, posee todas las connotaciones que pueden imaginarse (ahí tenemos los relatos orientales, tan expresivos ellos). Se trata de la clásica usurpación de poder de facto, lo que en épocas pasadas conocíamos aquí como valido. Es decir, una usurpación conocida por todos pero no reconocida legalmente.
¡Ah!
Pero un pequeño detalle separa a este relato de los tradicionales
del género. Y es que el rey es reina (Olivia Colman), el valido no
es otro que la mencionada favorita (Rachel Weisz), el elemento
discordante que aparece reclamando antiguos derechos y al que se
arroja a los márgenes más denigrantes de la corte se llama Abigail
(Emma Stone) y es una pariente lejana de ambas. ¿Hay varones?
Naturalmente, pero están en la guerra o forman parte de esa masa
cortesana y aduladora que sirve para legitimar un estado de cosas
pero ni pincha ni corta, en realidad. Con estos datos, quizá
pensemos que se ha dado la vuelta a la tortilla. Pues no, todavía
quedan restos patriarcales ya que el ascenso social femenino sigue
consiguiéndose únicamente por vía matrimonial. Nos encontramos en
la Inglaterra de principios del XVIII que, por alguna eventualidad,
ha quedado en manos femeninas, por el momento y sin que sirva de
precedente. En concreto, se trata de una recreación, repleta de
turbiedad y simbolismo, del reinado de Ana Estuardo.
Como
pueden imaginar, el juego sucio está mucho más equilibrado, pues en
ese contexto concreto –tan inquietante como opresivo, eso sí–
no existen privilegios relevantes por el hecho de ser varón, son sus
potenciales esposas quienes los aprovechan para cambiar de estatus.
Entonces, ¿cómo es que se establecen feroces luchas por el poder,
sangrientas rivalidades, boicots que traspasan todos los límites?
Pues muy fácil, la respuesta está en el sexo, a la venerable reina
le gustan las mujeres. Mucho.
Por
supuesto, se trata de una sátira y lo que vemos no es, en absoluto,
lo que ocurriría en caso de que se alterasen las actuales
estructuras de poder, sino un espejo invertido –y muy poco
deformado– de las sociedades patriarcales, de hace tres siglos y de
todas las épocas. Puede que no se trate del peliculón del siglo,
pero la narración es impecable, las interpretaciones excelentes y
merece la pena si quieren pasar un buen rato y rumiar durante mucho
tiempo.
